Claudicación Estratégica
Estas notas forman parte de un trabajo más amplio desarrollado en los últimos años entre la Universidad de San Pablo y la Humbold Universität zu Berlin, en el cual abordé aspectos epistemológicos de algunas de las principales corrientes de la urbanística actual. El asunto que motivó dicha investigación remite al desajuste que existe entre la escala y la complejidad de los problemas de las aglomeraciones urbanas contemporáneas y las categorías conceptuales con las que opera la disciplina encargada de enfrentarlas.
Una aproximación a la historia reciente de la urbanística nos indica que cuanto más eficientes se tornaron nuestros medios técnicos para operar sobre la ciudad, más nos hemos alejado de la posibilidad intervenir con el vigor que sus problemas demandan. Tal como la geografía nos ha enseñado, ello se relaciona de manera directa con las transformaciones ocurridas en las últimas décadas en los modos de producción del espacio urbano. Sin embargo, comprender este problema supone también adentrarnos en su dimensión ideológica. En rigor, la urbanística parece haber asumido una posición de retaguardia dentro del campo del discurso social, pues, preocupada en adaptarse a la lógica del presente, se ha mostrado incapaz de cuestionar la propia naturaleza de las demandas a la que se la somete.
En los pasajes aquí incluidos, me propongo abordar aspectos conceptuales del trabajo teórico de algunos referentes de la generación de urbanistas que exportaron al resto del mundo el "éxito" de las transformaciones de las principales ciudades europeas de las últimas dos décadas del siglo pasado. Con ello, lejos estoy de sugerir una lectura pormenorizada del universo de discursos y experiencias proyectuales que a dicha corriente se relacionan. En todo caso de lo que se trata es de revelar algunos de los aspectos ideológicos que esterilizan su pretendida capacidad para transformar el statu quo.

De falsas dicotomías
Jordi Borja, urbanista íntimamente relacionado con el "modelo Barcelona", importado desde finales de la década del 80 en todas las latitudes del mundo occidental como la panacea de la ciudad contemporánea, indica que, en las últimas, en el campo del urbanismo se ha producido una "adaptación de la oferta urbana a las nuevas condiciones de la globalización". Con ello el autor se refiere a
"(…) nuevas formas de gestión —la cooperación público-privada— y reformas político administrativas como la descentralización territorial y funcional. La competitividad sustituyó a la calidad de vida. El urbanismo priorizó el proyecto sobre el plan, el proyecto arquitectónico sustituyo en muchos casos al urbanístico (...)"
Según Borja, el panorama del pensamiento urbanístico contemporáneo podría reducirse a dos tendencias fundamentales. La primera estaría representada por la lógica de la adecuación de la ciudad a la globalización, de su inserción en las redes regionales y globales de flujos de capital. La segunda sería la de la “resistencia” a la globalización, basada en el discurso de la ciudad y del "espacio público", la "calle", la "mixtura social", el "perfil identitario de los lugares", el "patrimonio" y la "memoria urbana". Pero según Borja, no resulta simple encontrar en los actuales procesos de producción de espacio urbano una expresión cabal de cada una de esas corrientes, pues ellas coexisten de manera contradictoria:
"(...) Los dos «modelos» actúan casi siempre a la vez, o más exactamente, ambos ayudan a interpretar a las políticas urbanas y al desarrollo contradictorio de la ciudad. La arquitectura banalizada y estandarizada caracteriza al urbanismo «globalizado», lo mismo que el uso y el abuso de las arquitecturas ostentosas y «no reproducibles» para marcar simbólicamente las zonas de excelencia. El urbanismo ciudadano apuesta por el perfil identitario de lo urbano, atendiendo a la morfología del lugar, a la calidad del entorno y a la integración de los elementos arquitectónicos excepcionales o emblemáticos (...)"
Lo que el análisis de Borja no logra captar es que esas dos tendencias, aparentemente contradictorias, funcionan en los hechos coordinadamente. Lo curioso es que incluso Borja por momentos se muestra consciente de ello:
“(...) El resultado final —de la disputa entre ambas tendencias— es muy funcional para el urbanismo de la globalización, puesto que la competitividad entre los territorios requiere estos «lugares nodales de cualidad» que son las ciudades vivas, con espacios públicos animados y ofertas culturales y comerciales diversas, con entornos agradables y seguros, donde se concentra el terciario de excelencia y el ocio atractivos para los visitantes (...)”

Allí donde el autor catalán describe una contradicción entre dos discursos y prácticas disciplinares, trabajos como el del geógrafo británico David Harvey revelan una relación de complementación1 .
Desde esta perspectiva, los procesos de descentralización, la creación de nuevas centralidades, la mixtura social y funcional de los espacios y la acentuación de los rasgos identitarios de los fragmentos de ciudad encargados de impulsar el desarrollo, que caracterizarían el urbanismo ciudadano al cual hace referencia Borja, son también aspectos centrales de los espacios que compiten en el mercado global de ciudades (Harvey & Smith, 2005). Tal vez sea por esto que el urbanista catalán no sugiere la necesidad de una superación de las tensiones entre esos modelos contrapuestos, sino una especie de "saludable convivencia" entre ellos, ya que para él sería posible integrar esas aparentes dos caras de la ciudad contemporánea en una síntesis que rescate lo mejor de cada expresión:
"(...) La síntesis teóricamente posible es cuadrar la ecuación competitividad, cohesión social, sostenibilidad, gobernación democrática y participación. No es evidente y aun no se ha descubierto la piedra filosofal para ello (...)"
Con una sobredosis de buena voluntad, Jordi Borja nos invita a imaginar una urbanística que valiéndose de las herramientas del "urbanismo de la globalización" contribuya en la dirección de un "urbanismo ciudadano". De ello se desprende que las diferencias entre ambos paradigmas parecen estar más en los resultados deseados que en los procedimientos adoptados. En este punto tal vez resulte posible comprender el intento de Borja de encontrar una "piedra filosofal", pues obtener diferentes resultados a partir de la implementación de los mismos métodos forma parte, antes que de la dialéctica, del mundo de la alquimia.
Si no puedes vencerlos, úneteles
Por detrás de las variaciones de melodía que Borja analiza, no sólo se repiten las categorías conceptuales, los imaginarios urbanos a los que refirieren o los agentes sociales a los que invocan, sino también su fundamental instrumento de actuación. Me refiero a la planificación estratégica, que aparece indiscutidamente como un denominador común, aun cuando el autor haya recientemente alertado sobre los riesgos de que funcionen como placebos que garantizan el statu quo.
La guerra, la empresa y la ciudad: he aquí los tres desplazamientos ocurridos al interior de la noción de estrategia hasta ser adoptada por los más variados agentes de la producción del espacio urbano. Tomada de la literatura militar, esta categoría tuvo un papel importante en el desarrollo de las teorías de la organización empresarial de la segunda posguerra, utilizadas fundamentalmente a partir de las décadas de 1960 y 1970. No resulta difícil comprender que tomar prestado un paradigma e importarlo sin mediaciones implica asumir profundas transformaciones en la episteme de la disciplina. Ahora bien, que para el mundo empresarial la competencia en los mercados pudiera ser entendida como un verdadero campo de batalla, no es tan difícil de comprender como que para los urbanistas el futuro de la ciudad pueda ser entendido en términos de una empresa. Una vez más el propio Borja parecería ser consciente de ello:

"(...) En el plano económico el discurso globalizador tuvo un arranque arrollador. La presentación de las ciudades como lugares nodales, las nuevas oportunidades de los territorios (argumento apoyado en emergencias y reconversiones exitosas) y la prioridad al posicionamiento en las redes globales y en consecuencia a su proyección exterior han sido elementos clave de la construcción del vademécum de la buena política urbana. El plan estratégico a su vez ha sido la herramienta operativa (o ha pretendido serlo) de las ciudades aspirantes a triunfar en el mundo global mediante el discurso «hiper-competitivo» un tipo de plan no normativo, que favorece tanto una concertación de cúpulas políticas con cúpulas económicas como un amplio proceso participativo y que puede convertirse en un proyecto político transformador de la ciudad o derivar en una cortina de humo llena de buenas intenciones sin otra función que legitimar las practicas del poder (...)"
La filósofa brasilera Otília Arantes se refiere de manera más explícita a las prácticas del poder que Borja menciona. Para la autora brasileña
"(...) El planeamiento estratégico puede que no sea más que un eufemismo para la palabra gentrificación, y sin afirmar que sean exactamente lo mismo —quién sabe su apoteosis— una ciudad estratégicamente planificada de A a Z sería nada más y nada menos que una ciudad completamente gentrificada (...)"
La planificación estratégica, en una sola jugada, nos propone recuperar el destino de la ciudad y coronar la caída de los resquicios del Welfare State, introduciendo la lógica del sector privado en el corazón del pensamiento urbano. El urbanista catalán Joan Busquets, uno de los más reconocidos impulsores de esta corriente y encargado de comandar los proyectos de transformación urbana de Barcelona durante la década de 1980, expresa esta cuestión en los siguientes términos:
"(…) La relación entre sector público y privado en la actuación urbanística cambia radicalmente. La segregación aparente de intereses y competencias queda difuminada. Términos como Partnership (cooperación) alcanzan un relieve fundamental (...)"
Intereses públicos y privados parecen mágicamente superan sus contradicciones en la urbanística de los "consensos planificados", utilizando la expresión de Carlos Vainer. Si el poder centralizado de los Estados ha perdido sucesivamente, a partir de la década del 70, su capacidad de acción sobre las ciudades frente a las formas flexibilizadas del capital privado (Harvey, 2007), las ciudades deberían entonces apostar su destino en las mismas fichas del poder que de manera inversa la ha aumentado, es decir, el sector privado. Si esta hipótesis (¿o deberíamos decir acto de fe?) es posible, ello se debería a la presunta eficacia de las "sinergias" y las "inducciones". Según esta perspectiva, si las "oportunidades" que la planificación estratégica detecta son bien aprovechadas, los beneficios de sus acciones deliberadamente fragmentarias podrán ser capitalizados por el conjunto de la ciudad:
"(...) El proceso urbanístico no sigue ya el teórico patrón de plan general, plan parcial, proyecto arquitectónico, sino que se articula a partir de «acciones» y/o «proyectos» que tienen capacidad ejecutiva, y que en su conjunto son capaces de poner a la ciudad o a un gran sector de la misma en movimiento. Por tanto tienen fuerza propia, pero también una gran capacidad inductor (...)"

Una urbanística de la sinécdoque
De las ruinas de las ciudades industriales surgen las "oportunidades" sobre las cuales la planificación estratégica articula su programa de transformación. Las antiguas y obsoletas áreas ferroviarias o portuarias, los barrios industriales deshabilitados, las viejas y empobrecidas áreas centrales, las zonas rurales bien localizadas, las áreas comerciales envejecidas, vienen a expresar su "vocación" de transformar, por pedazos, la ciudad. Al final, la realidad fragmentaria y discontinua de las ciudades no sería tanto el problema a ser repensado, sino la condición a partir de la cual mantener la maquinaria urbana en movimiento:
"(...) Habrá que entender la ciudad como la formación de diversidades, como lugar discontinuo y en un proceso de transformación constante (...)"
Esta alquimia urbana no es posible sin dos ingredientes que resultan fundamentales: el "sentido de crisis" de la ciudad, como aquello que motoriza los necesarios "consensos", y los "eventos" en torno a los cuales los esfuerzos se articulan. Esta cuestión, cuidadosamente analizada por Carlos Vainer en "Patria, empresa y mercancía", revela el estado de una urbanística que propone tratar la ciudad no sólo como un negocio, sino para los negocios (Arantes & Vainer, 2000, p. 76), en cuya lógica el "marketing de los lugares” pasa a ocupar el lugar de la planificación. Los fragmentos de la ciudad que reciben la bendición del pensamiento estratégico son lanzados como productos en el mercado de las ciudades:
"(...) Es evidente la voluntad de «fijar» en el tiempo la operación y la idea de marketing es consustancial a su propia definición: las ciudades parecen estar seguras de que, además de a sus ciudadanos, han de convencer a otros operadores para que «compren o desarrollen» tan excelentes oportunidades"
La ciudad finalmente podría ser, como cualquier empresa, no sólo planificada, sino incluso simplemente “gestionada”. No sorprende, pues, que algunas variantes de esa corriente lleguen hoy a hablar de la necesidad de pasar de la planificación estratégica a una simple gestión estratégica de la ciudad. Definido el sentido último de la ciudad como maquinaria para la producción y reproducción del capital, lo que queda para una disciplina urbanística "comprometida con su tiempo" sería administrar los medios más eficientes de alcanzar tales objetivos. Es así como las ideas de "revitalización", "renovación", "recuperación", "refuncionalización" urbana han funcionado en las últimas décadas como eufemismos para encubrir la el sentido último de la maquina urbana, es decir, la reproducción del capital. Pero todo hecho en nombre de las más buenas intenciones, pues, curiosamente, esta imposición de la lógica de los negocios como forma de pensar el destino de la ciudad es introducida en nombre del espacio público y la recuperación del valor de la ciudad como espacio de la ciudadanía.

De réquiem a canción de cuna
Para los urbanistas, el tardío redescubrimiento de las virtudes de la ciudad clásica en el momento de su imposibilidad definitiva puede haber significado el punto de no retorno, el momento fatal de la desconexión, de la descalificación. Ahora son especialistas en dolores fantasmas: médicos que discuten las peculiaridades de un miembro amputado.
Esto último introduce una cuestión fundamental acerca de una de las categorías centrales de la urbanística contemporánea. A partir de la década del 80, la categoría de espacio público ha sido sistemáticamente utilizada como "caballo de Troya" para la revalorización de los fragmentos desvencijados de la ciudad industrial sin asumir la complejidad que el desarrollo de la metrópolis inaugura. No puede pasar desapercibido que cuanto más el capital ha controlado la producción del espacio urbano, modelando las ciudades de acuerdo con sus aspiraciones y necesidades (Harvey, 2007), más recurrente y autoindulgente se ha convertido la noción de espacio público hacia dentro del campo disciplinar. En el preciso momento en que en las ciudades sólo el sector privado ha ganado poder de influencia y decisión, asistimos a una suerte de omnipresencia del discurso del espacio público. ¿No nos resulta extraño que a partir de entonces prácticamente no haya discurso sobre la ciudad en que los más variados y antagónicos agentes de la producción del espacio urbano aborden el espacio público como principio y fin del sentido de la ciudad?
El arquitecto e historiador argentino Adrián Gorelik lo expresa en los siguientes términos:
"(...) La noción de espacio público fue utilizada por el «planeamiento estratégico», para justificar con argumentos de elevada teoría política (la cuestión de la ciudadanía) la restauración banalizada de fragmentos urbanos de la ciudad tradicional, sin hacerse cargo de la complejidad metropolitana. (…) Desde la década del 80, se produjo un verdadero «romance del espacio público» en la cultura urbana internacional, cuando parecieron alimentarse virtuosamente en la categoría de espacio público, una idea de ciudad, una idea de arquitectura, una idea de política y una idea de sociedad. Pero si esto ocurrió en la coyuntura muy especial de comienzos de la década de 1980, como parte de un movimiento crítico de las ambiciones autoritarias de la planificación estatal tradicional, en las prácticas urbanas efectivas el espacio público quedó rápidamente reducido a la idea de «urbanismo de lo pequeño» y a la revaloración historicista de las cualidades de la ciudad tradicional (...)"
Gorelik nos permite comprender con claridad meridiana de qué manera, ante la complejidad de la metrópolis, la planificación estratégica se apoya sobre fragmentos de la ciudad que ganan el estatuto de "oportunidad". El destino de la ciudad como un todo queda, por lo tanto, subordinado a la realización de las potencialidades de los sectores que emergen de las ruinas de la ciudad industrial, sectores de "vocación" siempre singular, encargados de "inducir" las transformaciones de gran alcance. Lo fundamental para la planificación Estratégica seria, pues, identificar focos estratégicos que permitirían la recalificación del todo por "contaminación" (Arantes, 2012, p. 52).
Después de algunas décadas del marcado anti-urbanismo posmoderno, el retorno de la categoría de planificación (ahora dicho estratégico) resulta, por lo menos, dudoso. Lejos de suponer un retorno a los planes de gran alcance, la "acupuntura" de la urbanística de la primera generación posmoderna es sustituida por la lógica de las "nuevas centralidades" y de la "originalidad" de los proyectos, que apuntan a lanzar las ciudades a la competencia en el mercado de lugares. Para Otilia Arantes, se trata de la generalización y de la ampliación de la urbanística de la generación anterior y no del intento de corregir su marcado anti-urbanismo. La planificación estratégica vino, en palabras de la autora brasileira, a
" (...) agravar aún más la hinchazón cultural imperante desde que gobernantes e inversores pasaron a desbravar una nueva frontera de acumulación de poder y dinero— el negocio de las imágenes. El «todo es cultura» de la era que parece haberse inaugurado en los años 1960, habría sido transformado de vez en lo que vengo llamando de culturalismo de mercado (...)"
Este énfasis en la dimensión cultural de los lugares coloca los elementos "identitarios" como modo de apuntalar la transformación de la ciudad en términos que equiparon la planificación a una consultoría de imagen de mercado, que busca dotar a un producto de atributos de excepción. Según Gorelik, la funcionalidad de estos estudios frente a un tipo de política urbana actual
"(...) puede ser entendida como un síntoma de los nuevos mitos que hoy circulan en las políticas municipales, con su énfasis en el valor identitário de las intervenciones puntuales de vaga apelación cultural comunitaria, como si pudiera haber reparación simbólica ante la ausencia pasmosa de voluntad de transformación de la metrópoli en un territorio más democrático y más justo (...)"

Esta cuestión no representa, como se podría pensar, un aspecto secundario o menor ante los altos y nobles ideales que justifican el “retorno a la ciudad”. Por el contrario, supone la justificación (o mejor, el encubrimiento) de una contradicción fundamental entre la idea de una urbanística como instrumento de integración de la ciudad y la cada vez más profundizada fragmentación que resulta de sus intervenciones. Según Arantes, existe una
"(...) incompatibilidad de principio entre el carácter sistémico-funcional de la idea de estrategia y la fragmentación, a ser respetada o inducida, inherente a la valorización de la diferencia con la que, por definición, la dimensión cultural se confunde como esfera refractaria a la homogeneidad impuesta o requerida por la vieja ideología del orden (...)"
En una dirección semejante, Adrián Gorelik elabora una aguda crítica al pensamiento urbano que enfatiza el valor identitário de las intervenciones puntuales, como si no fuera posible imaginar una voluntad transformadora de la metrópoli en un territorio más democrático, más justo e integrado (Gorelik, 2002, p. 13). Si bien el historiador argentino hace algunas consideraciones en torno a la pertinencia de este tipo de aproximaciones en el contexto de las ciudades desarrolladas en las que se originó2 , Gorelik sugiere que en los contextos latinoamericanos
"(…) las políticas puntuales de «preservación» o «rescate cultural» derivan necesariamente en la estatización de guetos, cuando se trata de sitios fuera de los circuitos interesantes para el capital, o en producciones escenográficas para la gentrification y el consumo turístico con brutales reemplazos de población, cuando se trata de sitios expectantes para la economía urbana. El argumento de la identidad territorial se despliega hoy en multiplicidad de efectos, apareciendo como respaldo tanto de la fragmentación cultural como de las políticas de descentralización que realizan el sentido común democratista por el cual small is beautiful (...)"
La lógica del fragmento, de la “singularidad”, puede efectivamente ayudarnos a comprender aspectos centrales de la experiencia del mundo contemporáneo, pero difícilmente nos permita formular una urbanística en la contracorriente de la realidad de nuestras cada vez más desarticuladas ciudades. A pesar de sugerir un retorno de una perspectiva integradora de la ciudad, la planificación estratégica reproduce, acaso en una escala más amplia que la primera generación posmoderna, la autonomización de los lugares (ahora tornados "oportunidades" y "nuevas centralidades") y los superpone al destino de la ciudad como un todo. Por eso me parece oportuno sugerir la figura retórica de la sinécdoque como aquella que mejor lo ilustra: la parte por el todo.
Antes que negarla creativamente, el pensamiento urbano dominante al final del siglo, pareciera claudicar, sin que nadie se lo haya pedido, ante la complejidad de los problemas de las aglomeraciones urbanas contemporáneas. Y, al celebrar sus fragmentos, sus practicas y discursos naturalizan las fracturas de las cuales son producto. Por eso digo, si me permiten parafrasear al Chavo del Ocho, que la estratégica de planificación tiene poco.
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Notas
- Por un lado, que ambas tendencias se funden en un mismo elenco de categorías descriptivas representa un primer indicio de ello. Si nociones como "espacio público", "urbanidad", "consenso", "cooperación", "participación", "mixtura", "sinergias", "diversidad", "vitalidad", entre muchas otras, protagonizas ambos elencos conceptuales, resulta difícil comprender en términos de dialéctica paradigmas estructurados por un mismo lenguaje. ↩
- En este sentido, Gorelik ofrece un análisis más matizado en relación a la de Arantes: “La imagen celebratoria que valora la dispersión y la multiplicidad como fundamento de una vida más libre tiene un sentido cuando aparece en ciudades que vienen de un largo período de planificación que reguló el crecimiento urbano y la satisfacción de las necesidades sociales básicas, de modo tal que la pérdida de poder de los órdenes totalizadores puede verse como parte de una lógica de descentralización democrática. En cambio, en ciudades que tradicionalmente padecieron crecimiento caótico, caracterizadas por un uso depreda torio del medio ambiente y por la existencia de masas excluidas al borde de la sobrevivencia, una política de radicalización de la diseminación lleva el alto riesgo de hacer explotar las tendencias desintegradoras y destructivas, con el resultado de mayor autoritarismo y represión” (Gorelik, 2002, p. 14). ↩